Construyendo identidades, ¿al gusto de quién?

FeaturedConstruyendo identidades, ¿al gusto de quién?

“Mientras somos jóvenes, tenemos la tendencia a ignorar la vejez, 

como si fuera una enfermedad, una enfermedad a la 

que hay que tener lejos; luego cuando nos volvemos ancianos, 

especialmente si somos pobres, estamos enfermos, 

estamos solos, experimentamos las lagunas de una sociedad 

programada sobre la eficacia, que, 

en consecuencia, ignora a los ancianos.

 Y los ancianos son una riqueza, no se pueden ignorar.”

Pocos temas dividen tanto las opiniones como el concepto de belleza, y la aceptación de las arrugas. Y es que no es solo una cuestión de género, también depende también de cómo nos percibimos, el contexto en el que convivimos y la historia que nos respalda familiar y culturalmente. 

Papa Francisco

La filósofa y escritora Simone de Beauvoir dijo que “las arrugas de la piel son ese algo indescriptible que procede del alma”, y este, sin duda, es un acercamiento a lo que son las arrugas. En términos médicos, sabemos que las arrugas forman parte del proceso natural del envejecimiento. Pero la cosa no es tan sencilla, es un tema que da para más, para mucho más.

Hace casi diez años, se podía escuchar en la radio un anuncio que no es muy diferente a los que hoy en día encontramos en cualquier plataforma a nuestro alcance. El artículo que se ofertaba era un colchón, y a la persona que diseñó el anuncio le pareció de lo más brillante utilizar a una mujer para hacerlo, con el siguiente argumento: la mujer en cuestión, al dormir en el colchón anunciado se sueña ‘guapa, joven y rica’; mientras que sin haber dormido en el referido colchón, se sueña ‘casada y con cuatro hijos’. Lo primero, es evidentemente un sueño reparador; lo segundo, una pesadilla.

Este anuncio está mal desde distintos ángulos: mal en un país donde según datos publicados por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) en agosto de 2019, 52,4 millones de personas vivían en situación de pobreza (ojo: hay qué destacar que estos datos son ANTES de la pandemia, que como bien sabemos, este crisis sanitaria marca un antes y un después en muchos fenómenos sociales). Mal porque, aunque la maternidad no es una tarea sencilla, también resulta ser el anhelo cumplido de millones de mujeres. Así las cosas, ¿por qué debiera traducirse como pesadilla el que una mujer se sueñe casada y con cuatro hijos? ¿Cuál es la intención al estigmatizar la condición de ser madre?

Me sigue retumbando en los oídos el guapa y joven… También por lo que hace a estos adjetivos lo consideré y lo considero muy mal abordado el tema porque cada mujer es única, una versión irrepetible de sí misma; sin embargo, ignorando esa unicidad que a cada persona identifica, se propone una versión deseable, ‘la buena’: guapa, joven y rica. Fue inevitable que ayer, como hoy cuando escucho o veo anuncios similares, recuerde el análisis que Lorella Zanardo, empresaria milanesa, hiciera en su documental Il corpo della donne: “, donde nos expresa que “… la mujer propuesta [en los medios] parece contentar y secundar cada presunto deseo masculino… está reducida y se reduce a ser un objeto sexual ocupada en una lucha contra el tiempo que la obliga a deformaciones monstruosas… Estoy segura de que, sin esta presión del ´tener qué ser guapas´ siguiendo cánones que no hemos elegido, nos aceptaríamos más tal y como somos”.

Citar aquí los programas, noticieros y publicidad donde las palabras de Zanardo se palpan como una realidad lacerante, sería tarea casi interminable: la cosificación de la mujer es dramáticamente palpable casi en cualquier punto donde se dirija nuestra vista. Y parte fundamental de esa cosificación, es ese prototipo de mujer impuesto detrás del cual muchas mujeres, de todas las edades, asaltan no sólo sus bolsillos, sino su integridad y su salud. Respetable que toda persona desee verse bien y sentirse mejor, pero resulta cuestionable cuando esa acción no es voluntaria, sino fomentada por una presión social de verse siempre ‘jóvenes y guapas’.

Ahora, no siempre se hicieron esfuerzos casi inhumanos por prolongar la juventud y el estereotipo de belleza; incluso hoy día, en ciertas latitudes, en determinadas familias, “envejecer con dignidad” es señal de buena educación, decencia y decoro. Pero ¿qué es un esfuerzo casi inhumano? ¿Qué es envejecer con dignidad? ¿Qué se debe entender por decencia y decoro? 

Porque, haciendo a un lado los prejuicios que se guardan respecto de las mujeres que osan vestir minifaldas pasados los treinta años, o de asolearse en bikini llegadas a los sesentas, lo cierto es que no solo se trata de ocultar o no las canas, las arrugas o las ganas, sino de efectivamente, envejecer o avanzar en el tiempo con dignidad, y de todo lo que gira alrededor de nuestras situaciones personales conforme transcurre lenta o vertiginosamente el tiempo. 

La esperanza de vida a nivel mundial ha aumentado de manera considerable, lo que debería de tener los ojos y el bolsillo puesto en el análisis y puesta en marcha de estrategias socio-sanitarias que atiendan de manera efectiva las necesidades de una población geriátrica que va a la alza, y que requerirá, como fin último, una buena calidad de vida, con todo lo que eso significa: atención de su salud, oferta de opciones sanas y viables de recreación, deporte, viajes… y el presupuesto que cubra todo lo anterior. 

Ah, pero en lugar de que la información y estímulos que recibimos diariamente nos hablen de eso: CALIDAD DE VIDA, de prevención de enfermedades, de reconciliación con nuestros cuerpos y espíritus, antes y durante la edad madura y la vejez, lo único que se afianza en el imaginario colectivo, es que no se nos note la arruga, la panza, la pata de gallo, la celulitis… la tristeza, la amargura, los años, la soledad o las ganas. 

Yo creo que nunca es tarde para analizarnos, ver qué ejemplo damos a las mujeres más jóvenes que tenemos alrededor nuestro, y analizar también cómo es que nos relacionamos con otras mujeres; ¿con qué ojos nos vemos? ¿cómo nos escuchamos las mujeres? ¿Somos capaces de vernos conforme a lo que somos, respetando esa unicidad? O bien, parafraseando a Zanardo, ¿sólo nos vemos unas a otras con ojos masculinos?

Anna Magnani, mujer, madre, actriz italiana de cine y teatro, y galardonada por la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas por su actuación La rosa tatuada, cuando su maquillista intentaba hacer parte de su trabajo, esto es, difuminar las huellas (arrugas) de su rostro, pedía: ‘Déjamelas todas, no me quites ni una, he tardado una vida para procurármelas’… Cierto: toma una vida, segundo a segundo, construir nuestra historia.

Recomendaciones: 

https://www.reeditor.com/columna/21768/26/ciudadania/la/mayor/riqueza/es/juventud

https://www.infermeravirtual.com/esp/situaciones_de_vida/vejez

https://revistaenvejezser.com/violencia-en-la-vejez-una-realidad-oculta/

https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/envejecimiento-y-salud

Inspirado en texto original publicado el 08 de marzo de 2011.

Escribo para vivir…

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Me ha tomado varios años aceptar y abrazar con cariño y respeto varios eventos de mi vida.

Mientras esto escribo. Se agolpan en mi cabeza todos los pensamientos que me han acompañado en estos días, tantas imágenes, tantos recuerdos, tantos sueños…

Para empezar, una mirada de cielo, una voz angelical, un par de manos inquietas y unos piececitos que parecen volar…

Cada vez estoy más convencida de aquello que dije una vez: escribir es exponer el alma, desnudar el corazón y las entrañas, para que alguien más, sin conocer la totalidad de las experiencias, te juzgue, te ignore, te alabe o te rechace. Y a pesar de ello, no puedo dejar de hacerlo: no puedo dejar de compartir pedazos de mi alma, mis sonrisas y mis lágrimas.

Y por eso digo y escribo que a mí, la maternidad me atraviesa; respeto y honro mi individualidad, pero reconozco que soy una antes y otra después de haber sido madre. Quisiera decir que soy otra mejor, pero no, tan solo puedo decir que soy otra.

Y así como me atraviesa la maternidad, me atraviesa el ser hija de mi madre e hija de mi padre.

Sin mi madre, todos sus aciertos y todos sus esfuerzos, no sería la mujer que soy. Ella me dio la vida, pero también la fuerza y la inspiración para vivirla. Cuando ha sido más oscura mi noche, ella siempre ha estado ahí para encender una vela y sostener mi corazón.

Y sin mi padre, ese corazón errante que solo mi madre sostiene, hace mucho que este hubiera dejado de latir.

Mi padre me dio el rumbo, la alegría y el aliento. Me animó a conocerme, respetarme y llenar de vida mis silencios. Me enseñó a buscar la belleza en los colores del atardecer y en las sonrisas desconocidas; a buscar la paz antes que la discordia, y a tener presente que la familia, ese diminuto círculo rebosante de amor, es el refugio seguro de todas mis tristezas y la certeza plena de todas mis alegrías. Por eso estoy hoy aquí, contigo: padre, madre, hijo… Por eso elegí este sitio hoy para dialogar contigo a través del tiempo, la distancia, la vida y los umbrales de la muerte.

He venido a decirte, padre mío, que estoy caminando con paso firme: que sigo luchando por mis sueños, que estoy haciendo un esfuerzo diario no solo por honrar tu memoria, sino también la vida y existencia de mi madre. Y que estoy escribiendo, con pasión, ahínco y alegría; y a pesar de saber que nunca más tendré un lector tan puntual y crítico como tú, he decidido seguir el dictado de mi corazón: sigo escribiendo, sobre violencia de género, el amor y el canto del ruiseñor; sobre los derechos de la infancia, políticas públicas y zapatos de tacón.

Y lo hago porque una voz interior me ha pedido que no deje de hacerlo, pide a gritos no ser silenciada.

No sé cuál será el resultado, pero me he inscrito en un concurso literario… superé otro miedo, uno más; y por eso sé que, sin importar el resultado, lo voy a disfrutar.

Porque, a final de cuentas, creo que de eso se trata la vida: ¡de atreverse! Atreverse a luchar, a publicar, a amar: atreverse a hacer aquello que alimenta el alma, aquello que te impulse a levantar la cabeza.

No sé si había un atajo para llegar a este punto de mi vida… vamos, que no sé si pude haber evitado algunos tormentos y sumado, en su lugar, unas cuantas alegrías. Pero hoy puedo decir, con el corazón en la mano, que doy gracias por todas las experiencias que viví.

Y no, no estoy llorando: se me ha metido tu recuerdo en los ojos…

Alguien…

Alguien…

Sí, yo sí quiero alguien en mi vida, pero no necesariamente en mi cama.

Quiero que otras manos rodeen las mías cuando me quedo pensando en la forma de las migajas sobre la mesa, y esas manos quieran también preparar comida, café y pan con mantequilla.

Quiero que alguien me envuelva en sus brazos cuando tengo frío y tengo ganas, y que sepa que cuando lloro no es porque mi mundo está hecho pedazos, sino porque necesito dejar salir esta marea que me habita.

Alguien que le guste caminar a la orilla del mar y sobre las hojas secas, tomando mi mano, sin importar si está arreglada, llena de tierra o arrugada; quiero alguien que vea a través de mí, no que se detenga en mis ojos, el cabello o los puntos de mi cuerpo que más resulten de su agrado.

Alguien que me recuerde incluso si me tiene cerca, o si besó mi cuello en la madrugada, pero que sea tan libre que nunca me necesite. 

Alguien que no ignore su esencia y que tampoco juzgue la mía; que sepa acompañar y también estar en soledad; alguien que respete no solo mi compañía, sino también esos minutos que se transformarán quizá en semanas, en que necesito alejarme, buscarme y reconocerme en apacible soledad. 

Quiero alguien en mi vida que esté presente en mi mesa, mi cama, mis horizontes, mis llamadas, mis bailes y mis sonrisas; que esté a mi lado en lo extraordinario y en lo cotidiano; que deje libres sus pies descalzos sobre la arena, y que se acostumbre a reposar sus besos en mi alma y mi cabellera.

Alguien que vuele libre, que vuele lejos, no importa que no sepa el camino de regreso: quiero un alma libre que sea feliz con su corazón junto al mío, no un corazón marchito atado a mi vida sin mayor regocijo. 

Quiero alguien que quiera caminar conmigo hoy, quizá mañana, aunque sus ojos y los míos no vean el mismo amanecer, pero que sepan encontrarse siempre en el mismo camino…

Era una tarde cualquiera.

Era una tarde cualquiera. La lavadora estaba a punto de parar su ciclo, era la tercera carga de aquel día. El ruido que hace esa máquina se parece a puños tumbando la puerta, y más de una vez he cruzado el patio con las manos enjabonadas, secándolas en el delantal, para abrir apresuradamente la puerta.  Y nada, lo único que encuentro es la calle vacía, con los dos carros estacionados en la acera de enfrente, y una que otra hormiga haciendo su labor en la banqueta.

Agarré la escoba, más para entretener las manos que para hacer realmente algo con ella, cuando de pronto, escuché ese sonido. Seco, fuerte, cercano… Se me cayó la escoba de las manos, y al tiempo que sonaba en el suelo, otra detonación. Una más. Y otra. ¿Cohetes en febrero? ¿Aquí, en la colonia? Me encaminé a la sala, donde sabía que estaba la señora de la casa, y le pregunté si había escuchado aquellos sonidos. Su cara me respondió, al tiempo que me invitaba a acompañarla a la calle. “Quién sabe qué pasaría, vamos a ver”.

Yo trabajaba en su casa tres veces a la semana, haciendo limpieza y lavando y planchando ropa. El resto de la semana, lo hacía en casa de su amiga y vecina de junto. Y hacia allá nos encaminamos al salir, pues otras tres señoras, a escasos cincuenta metros de la entrada de la vecina, no dejaban de voltear en aquella dirección. La panza me dio un vuelco: ¿le habría pasado algo a Susy?

Nada me habría preparado para aquello que vi. Mucho menos para lo que sentí y viví a partir de ese momento: ahí, con la vista al cielo y tumbado en el suelo, estaba el joven hijo de otra vecina, con la sangre corriendo por sus costillas y la comisura de la boca; a una palma de su mano, quedó también su teléfono celular. El desgarrador grito de su madre me arrancó de mi parálisis, pero no de mi mudez. No la abracé, no pude consolarla; no supe cómo… Y tampoco supe cómo fue que de repente llegaron no nada más policías: cámaras, grabadoras, periodistas, o al menos eso parecían. Y en medio de aquel barullo que no se acallaba ni por el lastimoso llanto de una madre, una pregunta se abrió paso en mis pensamientos: “usted estaba aquí cerca, ¿vio a los asesinos?”.

No. Yo no había visto nada, excepto aquel charco de sangre y esa mirada vacía de un joven que no tenía mucho de haber iniciado su negocio; nada vi, excepto una madre con el corazón desgarrado, con claras intenciones de quitarse la vida si con eso recuperara la suya el mayor de sus hijos; nada escuché, tan solo aquellos sonidos que le quitaron la vida a un hombre, a una madre, y a mí misma, que desde ese día no pude volver a ese trabajo, ni por ese rumbo, por miedo a que alguien pensara que yo había visto más de la cuenta.

Durante más de un año viví presa de un temor indescriptible, de una angustia que me acompañaba allá donde anduviera, sin importar la hora ni la fecha. Pero de a poco, fui ganando confianza, saliendo en las noches, levantando la cara… Era una tarde cualquiera, como ayer, que en la celebración de los quince años de mi sobrina tuve qué irme a meter bajo la cama, esperando que los cohetes dejaran de sonar.

El recuerdo de tu letra.

¿Dónde se guardan los recuerdos, los aromas, los besos de quienes ya no habitan nuestro tiempo y nuestro espacio? ¿En qué rincón de la memoria se guarda el amor que quedó por entregarse? ¿A quién abrazo ahora, que tengo tanto qué festejar en el día del padre?

2008

Hace semanas, por casualidad, por esos hechos azarosos que atraviesan tiempos y distancias, recuperé una libreta que tenía muchos años de no hojear; y al hojearla, me encontré con la letra que más añoro, la que tanto significado le dio a mis días, a mis estancias en el extranjero, a mis largas horas de soledad al pie de una ventana… Esa letra me recordaba en mi cumpleaños lo mucho que significaba para él ser mi padre, lo orgulloso que se sentía de su hija en su faceta de abogada, escritora, activista; y también, de la belleza que puede encontrarse en la experiencia espiritual. Esos trazos de amor fueron dibujados en tarjetas, notas adhesivas, portadas de libros y cartas; pero, sobre todo, está grabada a sangre y fuego en mi memoria, quizá porque todas esas palabras tenían el noble fin de hacerme entender lo mucho que mi padre me amaba…

Tengo mucho qué festejar en este día del padre. No solo festejo el haber conocido a un ser humano bondadoso, lleno de amor, justo y generoso; también festejo las enseñanzas simples y sencillas que recibí de ese gran hombre cuando me hablaba del significado del esfuerzo, el respeto, la historia de México, y la clasificación de las nubes; celebro la forma en que con su voz, serena y pausada, jamás perdió el control ni con mis intrépidas acciones, ni con las injusticias, negligencias y socarronerías con las que la naturaleza humana a veces nos sorprendía. Tolerancia y paciencia eran, sin duda, de sus mayores virtudes.

2007

Su alegría al verme, ese brillo en su mirada que alumbraba la estancia con mi llegada, para mí, era la mayor de sus virtudes. Fui importante en la vida de mi padre, y su vida giró siempre alrededor de esa importancia. Por eso es que, aunque no quedaron pendientes entre él y yo, ahora que él ha trascendido es que tengo tanto qué festejar con él. Porque ser padre no es una característica que se adquiera como resultado del implante de un esperma ganador, sino de una entrega y disposición constante, sin prisas, sin pausas; es la consecuencia natural de ajustar prioridades, agendas y expectativas; y de saber que hay llamadas que tienes qué atender, porque la crisis de una adolescente puede ser una tragedia para ella, aunque para ti signifique llegar con retraso a una reunión. Y todo esto no lo entendí antes, porque no supe, no pude o no era capaz de entenderlo… quizá el confinamiento me ha dado horas extras para recordarlo, o puede ser que la crianza exclusiva de un ser que crece día a día me esté ayudando a reflexionar en mi pasado. En verdad, tengo tanto qué celebrar…

De tener la oportunidad de compartir contigo diez minutos más en el mismo plano existencial, seguramente se atropellarían las palabras en mi boca, como muchas veces ha sucedido en mis sueños; pero, sin dudarlo, esos minutos los aprovecharía para abrazarte tanto, una vez más… Feliz día del padre, papá, gracias por ser todo lo que fuiste y eres para mí.

2008

Feliz vida…

IMG_4075Y sucedió: llegó la fecha de mi cumpleaños en plena cuarentena. Y las palabras se atropellan en mi cabeza, queriendo salir desordenadamente, unas para decir que estoy feliz y agradecida como hace mucho no estaba consciente de serlo, y muchas más para decir por qué me siento tan feliz y definitivamente tan agradecida.

Quiero empezar diciendo que el día lo inicié escuchando canciones de Juan Gabriel, bailando El negro José y el Burrito Sabanero con mi mejor compañero de baile, y con una emoción que se me atoraba en la garganta. Y es que apenas unas horas antes, soñé que las notas de Hermoso cariño me despertaban en medio de la noche, y que al asomarme a la ventana veía a mi papá, sonriente, en medio de un mariachi ataviado de gala. Sin duda, el amor nunca muere…IMG_4077

Hay un montón de situaciones que podrían influir para disminuir mi felicidad y agradecimiento; y aunque ciertamente han ejercido una influencia considerable en determinados momentos, han sido un estímulo, un aliciente, incluso un reto. Podría empezar diciendo que en esta familia de dos no hay una figura paterna que provea el mínimo de cuidados, sustento o acompañamiento en desvelos, y desde luego no se extraña, porque cuando el otro elige el abandono y la ausencia no hay nada qué añorar. Pero tampoco hay un ingreso quincenal seguro, pues soy una bonita mezcla entre profesionista independiente y emprendedora, lo que todo en su conjunto  ha hecho que la situación actual de confinamiento-cuarentena-quédate mejor en tu casa porque nadie te puede garantizar una adecuada y oportuna atención médica, haga de mis días un sube y baja emocional, en los que, en ocasiones, el mayor deleite es imaginarme en una hamaca a la orilla del mar, suavemente acariciada por la brisa… aunque sea por milésimas de segundo, para después ser arrancada de esa dulce ensoñación por el enésimo “mamá” del día, el traste sucio por cuarta ocasión y el inesperado recuerdo fugaz de un pago pendiente (¿era la luz, el agua…?). Y cuando por fin llega la noche, y con ella las – supuestas – horas de descanso merecidas y necesarias, resulta que inicia la jornada de entrenamiento de un par de vecinos que se sienten el ombligo del mundo, y a quienes les importa tres kilos de pepino que la forma en que arrastran los muebles (a veces hasta entrada la madrugada) altera los nervios no solo del perro que tiene la mala suerte de vivir con ellos, sino también los del chiquillo que duerme a mi lado y que, con el corazón y los ojos espantados, busca en la oscuridad del cuarto el motivo de tanto escándalo. Y cuando no son los muebles, son los pleitos, y si no son los pleitos, son las fiestas que derivan en borracheras, con gritos escandalosos a media noche. Y a media madrugada. Qué importa la sana distancia, la cuarentena, y las disposiciones de un reglamento de condóminos que ignoran alegremente, no señoras y señores, nada de eso importa, lo único importante es la fiesta número yaperdílacuenta del mes, y el desplegado del individualismo que caracteriza al administrador del edificio y su pareja. Y entonces llega la mañana, puntual, alegre, diáfana… y con ella, otro desplegado de protagonismo, ahora encabezado por quien debiera gobernar para un país, pero en lugar de eso, constantemente nos critica y nos juzga, menospreciando lo que hacemos como feministas, activistas, economistas, ingenieros e ingenieras, arquitectos y arquitectas…

IMG_4074Y entonces, escucho nuevamente mis canciones favoritas, lavo de nueva cuenta el traste que otra vez se ensució, y juego el papel que mi chiquillo reserva para mí: de compañera de baile, caballo, portera, cocinera… quizá en algún momento logre terminar este escrito que inicié el catorce de mayo por la noche, y con suerte, con mucha suerte, pueda también continuar con otros escritos pendientes. Y así es como lentamente se desvanece en mi recuerdo la conducta de unos vecinos y un presidente que, estoy segura, no cambiarán, por mucho que presente quejas y denuncias, por muchas marchas que se organicen: chango viejo no aprende maromas nuevas, decía mi sabio padre. Y mientras esas personas se van haciendo cada vez más chiquitas en el archivo de mi memoria, me descubro feliz, porque nada de lo que antes escribí merma mi felicidad, sino que soy feliz a pesar de eso: elijo ser feliz, elijo estar en paz. Porque de esto creo que se trata la vida: de exprimirla, de buscar los pretextos para sonreír, ayudar, hacer comunidad con quien quiera y que se deje; y dejar pasar, vivir y existir a quienes no tuvieron la suerte, desde su niñez, de que les explicaran que eran personas importantes para el mundo, pero no lo único importante, que eran personas con derecho a ser feliz, pero no las únicas poseedoras de ese derecho.

Y mientras esto escribo, recuerdo lo más importante: además de elegir ser feliz, hay infinitas razones para sonreír. Unas razones llegan a mis manos en forma de besos de un hijo que crece por segundos; otras, en forma de mensajes, de la mujer que me dio la vida: soy hija de una mujer brillante como el Sol, y madre de un ser radiante como la Luna. Otras razones se hacen presentes diariamente, en mensajes, llamadas, abrazos a la distancia y cariño constante, de mujeres que son familia, de sangre, política, de vida; de mujeres que llenan mi alma de fuerza y de luz porque tengo la fortuna de que sean mis amigas. Y hay amigos, esos amigos de hace tantos años, otros amigos de hace pocos años, que para fortuna mía, están en mi camino de manera constante, fraterna y amable.

IMG_4076Y en verdad, el cariño se siente tan cercano, cálido y dulce, que casi puedo tocarlo con mis manos… se llama Amor, y está presente en mi vida en muchas caras, y en montones de sonrisas. Eso me hace sentir dichosa, plena, como creo que debiera sentirse toda cumpleañera. Como quisiera que todas pudiéramos sentirnos no una vez al año, ni una vez al mes, sino toda una vida…

Abril

Abril

Hace seis días inicié este escrito. Seis días en los que de repente escribo un renglón, y un par de días en que no he logrado siquiera acercarme al teclado. La intención inicial era escribir sin editar el texto final; ahora, mi única pretensión es poder terminar este escrito. Así como he tenido que ajustar mis expectativas respecto al texto, he tenido que realizar ajustes importantes en la vida…

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Lo dije en alguna ocasión, incluso tuve la audacia de escribirlo: el número cuatro no es de mi total agrado. En aquella ocasión no tenía muy claras las razones, y con el paso de los años, la incógnita se mantiene, igual que mi desagrado por tan simpático número. O quizá tenga algo qué ver con lo que el mes de abril significa para mí desde hace una década. Fue hace diez años que recibí, de boca de mi padre, la noticia que jamás hubiera deseado escuchar: la de su enfermedad, de ese cáncer que cinco años más tarde lo hiciera trascender.

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Y aquí estoy, viviendo el cuarto mes del año 2020, desafiando mi dolor y mi esperanza, encerrada en mis pensamientos, haciendo esfuerzos infinitos por mantener la sonrisa en el rostro, y no solo para el otro, sino principalmente para mí; buscando, humildemente, rendir tributo cada día a la memoria de mi padre y a la vida de mi madre.

No obstante, mi cuerpo me grita que el esfuerzo es insuficiente, o pudiera ser que resulta demasiado; me conozco, conozco mi cuerpo y reconozco cuando el estrés y la ansiedad tratan, desesperadamente, de apoderarse de mis noches y mis días. Y sé que este abril nos duele a millones de personas en el mundo entero, así como sé que necesito voltear los ojos otra vez a mí. Inhalar, exhalar, recordarme que soy y estoy aquí y ahora. Por mí, y por la persona que traje al mundo hace casi seis años. Pero, cuando estoy en medio de ese ejercicio de relajación y aparece mi hijo en el panorama, siento cómo, a partes iguales, el amor y la ansiedad comienzan a pelear un sitio preferente en mi atención.

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Y es que desde hace meses la vida me ha plantado frente a la incuestionable realidad que hoy me agobia: soy la única persona responsable del bienestar de esa persona que, dócilmente, me regala su amor en una sonrisa cada mañana… y esa certeza, por sí sola, es extenuante. Si a ello le sumamos la posibilidad del contagio de una enfermedad como la que el mundo enfrenta en estos momentos, con todo lo que implica el contagio y la atención en caso de probables complicaciones, en verdad, es para casi perder la cordura. Porque no solo me repito constantemente en mi diálogo interno que mi contagio, en definitiva, es una posibilidad inexistente, sino que la letanía se completa con la frase: él tiene una condición cardiaca preexistente… y entonces, una voz interna más fuerte se impone, soltando un alegre pero necesario “TODO VA A ESTAR BIEN”.

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“¿En verdad lo crees, Leticia, que todo va a estar bien? ¿Segura? Entonces, ¿por qué tienes ataques de ansiedad; por qué no has logrado escribir más de dos renglones durante más de tres semanas; por qué sientes que todo te da vueltas cuando empiezas a hacer cuentas del dinero que queda? ¿Todo va a estar bien? ¿Y cómo le harás para que todo esté bien?” Este, es el monólogo que con mayor frecuencia resuena en mi cabeza… y entonces, abrazo a mi hijo, lo lleno de besos, y me pongo a bailar con él en brazos. Los números pueden esperar, los libros que tengo a medio escribir pueden esperar: la vida junto a él es la que no puede esperar; los recuerdos de una madre que está para él tampoco pueden esperar.

Hace un par de semanas, vi por primera vez una película que guarda cierto paralelismo con la situación actual: se llama Bird Box (el título en español es “A ciegas”). Hay muchas escenas que sin duda son dignas de análisis, y aclaro lo que seguramente ya se sabe: no soy experta en cine ni pretendo serlo, así que no puedo realizar aquí una reseña sobre la película en cuestión. Pero, para quienes ya la vieron, sabrán a qué me refiero cuando digo lo siguiente: quisiera un Tom en mi vida. Y no quiero decir que añoro una relación heteronormada, o que tengo debilidad por ciertas características físicas; no, lo que quisiera en mi vida es una persona con quien pueda compartir la responsabilidad de cuidar a la persona que estoy criando, alguien que esté junto a mí, a mi lado, al momento de hacer frente a esta vida que a veces siento que juega conmigo, alguien que comparta conmigo intereses, preocupaciones, cuidados, análisis, sueños… Alguien a quien pueda yo decirle, en estas circunstancias: si me llega a pasar algo, sigue adelante tu camino, cuídalo a él…

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No sé si alguna vez mi padre y mi madre se vieron en la necesidad de tener una plática similar, pero estoy segura de que en las muchas horas de conversación que sostuvieron, la seguridad y cuidado de su hijo e hija debió haber sido un tema recurrente. Yo he podido compartir ideas y preocupaciones con mi madre y con algunas amigas muy cercanas a mi corazón, pero ¿será necedad pensar que sería bueno hacerlo con un Tom? O Tomasa, no nos enfoquemos tanto en la orientación o identidad sexual de la persona, sino en el rol.

Soy una mujer de fe, y de creencias muy particulares que no pienso abordar en ese espacio. Pero es por esas creencias, que sé, con certeza, que estoy viviendo lo que mi alma necesita vivir en esta experiencia de vida, y para ello, yo elegí mis circunstancias y mis retos, así que esto no debiera entenderse como una queja, sino como el resultado de un análisis doloroso, pero ciertamente necesario. Porque este análisis me ha hecho observar fuera de mi entorno como nunca lo había hecho, mientras aprendo aceleradamente de otras mujeres. Y así es como aprendo de la valerosa abogada que se dedica a realizar eventos, y ahora está vendiendo frutas y verduras a domicilio, pozole a domicilio los viernes, y paquetes de limpieza diariamente; también de la valiente mujer del desierto, que junto a su pareja crían y educan a un par de hombres que, a su vez, les dejan muchas enseñanzas que amablemente comparten en sus redes para que, mujeres como yo, podamos aprender también de ellas; también de aquella otra mujer del semi desierto, que cría y educa a una pequeña, en medio de retos, estigmas, señalamientos, obstáculos, pero también muchísimo amor y compromiso por parte de ella, la gran madre que todos los días se enfunda en papel de educadora. Y aquella otra abogada, que ahora se baña en sol y arena, mientras continúa con su exitoso proyecto personal con el que, literalmente, regala tranquilidad a quien lo consume. Y esa lista larga, casi infinita, la encabeza la mujer que me dio la vida, la que me ocultó sus lágrimas para que yo disfrutara feliz de mis juegos infantiles; la que me llevaba a clases extra, sin dejar de faltar a su trabajo, a sus clases de maestría, y al cuidado de su hijo en silla de ruedas y su madre sexagenaria; esa mujer que ha dedicado horas de sueño a tejer, con esmero y amor, abrazos extendidos (conocidos como bufandas) para los amores de su vida, y que dedicó otras horas (que seguramente no lo sobraban) para enseñarme a escribir con letra cursiva, porque yo quería hacer la letra como la de mi mamá, y en la escuela no me la enseñaban. Esa mujer que ahora me dedica los mensajes más amorosos en el transcurso del día; ella, desde su cuarentena a muchos kilómetros de distancia, me abraza con su voz, y me llena de paz, pidiéndome que me tranquilice, diciéndome que todo va a estar bien, que me ocupe de mi manojo de travesuras y que procure sonreír mucho. Esa mujer que me enseñó la actividad que hoy me brinda los momentos de tranquilidad cuando más lo necesito: el tejido… Madre, mamita linda, volveremos a abrazarnos, volveremos a compartir nuestro espacio, volveremos a llenarte de ruido y risas…

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A ella, y a todas las mujeres de mi vida que tanto me están enseñando sobre todo ahora, les doy las gracias. Gracias por estar, por ser y por hacerse presentes; gracias por imponer su paso por el mundo, por mi mundo, con sus hermosas sonrisas, con su sabiduría ancestral… Gracias por compartir conmigo su belleza, su amor y su paciencia.

Y a ti, papi, gracias por dejar en mí tu amor, gracias por estar presente en la sonrisa de tu nieto y en su gusto natural por la sana alimentación; gracias por amarme tanto, apoyarme tanto, respetarme tanto… Gracias por hablarme tantas veces, de distintas formas, de la naturaleza humana, y hacer así un poco menos complicado para mí entender desde a los irresponsables de mis vecinos hasta figuras públicas de la política nacional. Todo pasa por el mismo filtro amoroso, respetuoso y sabio de tu mirada; te veo y te escucho, muy dentro de mi corazón: ahí es donde estás desde el 26 de abril de 2015; y ahí permanecerás hasta que nos veamos otra vez, en el mismo plano energético.

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Mientras tanto, debo sonreír, no porque sea una imposición social, sino porque mi cuerpo lo demanda. Porque estoy viva, porque mi hijo está vivo y a mi lado; porque mi madre está viva y sana, llena de amor y llenándonos de amor; porque hay mucho amor alrededor mío, porque hay mucho amor para dar… Y también, debo llorar, para sacar en agua salada lo que sobra en mi cuerpo y en mis pensamientos; para sanar lo que tenga qué sanar, para curar lo que tenga qué curar.

Y debo escribir. Necesito escribir. Para mantener la cordura, para compartir la vida de muchas valiosas mujeres en las que me reconozco, y a las que admiro tanto… para seguir con el mandato más simple, más bello, más urgente: vivir. Vivir mientras haya vida, vivir, aunque haya muerte.

Un beso al cielo, te amo y te extraño cada segundo de mi vida papá…

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2020

2020

¿Qué es lo que hace que un festejo de Año Nuevo sea especial? ¿La compañía, el lugar, un estatus? ¿Un cambio de look, haber bajado de peso, estar terminando o iniciando una etapa? ¿Estar en la proximidad de un matrimonio, o haber atravesado un divorcio? ¿Estar padeciendo una enfermedad, haberla superado…?

Para mí, el inicio de un año más siempre ha resultado especial. Mis publicaciones en distintos espacios dan fe de ello. Pero hay años en que las emociones pesan más, en que las soledades agobian más, o en que las alegrías se rebosan más.

Este año lo termino agradecida. Y desesperada. Casi en la misma medida.

Agradecida porque mi madre aún sigue viva, a pesar de estar en una situación que puso en riesgo su vida a un mes de finalizar el año. Agradecida porque, aún cuando hoy no se ha recuperado completamente, ya veo en su rostro otro semblante. Agradecida porque el que yo no haya tenido un trabajo fijo o asalariado, ha resultado ser muy conveniente, para poder cuidar de ella y organizar nuevas rutinas en torno a su recuperación y su salud. Agradecida porque a mi alrededor hubo y hay personas que han ayudado de manera discreta, prudente, sabia. Agradecida porque las personas que realmente han querido estar, sin imponer, sin presionar, sin juzgar, han estado; sin excusas, sin dobles agendas.

Agradecida porque puedo abrazar a mi hijo todos los días, aprender de él y con él. Agradecida porque él sonríe, juega y se divierte a pesar a mis lágrimas y mi estrés; agradecida porque él tiene lo que necesita, cuando lo necesita. Agradecida porque gracias a él no he perdido la cordura, y me mantengo firmemente aferrada no solo a la vida, sino también a mis sueños…

Pero también termino este año desesperada. Y no solo porque soy la única persona responsable de dos personas que requieren, por igual, atenciones y cuidados; o porque tengo qué lidiar con las inoportunas intervenciones de personas que no terminan de entender que mi madre necesita paz y alegrías, no preocupaciones estériles.

Estoy desesperada por seguir viviendo. Desesperada por ocuparme de lo importante, y dejar lo demás para después, en un sitio que nunca recuerde. Porque sé, con una claridad que duele, que las personas que tanto amo, puedo no volver a verlas jamás en tan solo un instante… porque en tan solo un instante la vida cambia. Por eso quiero bailar y reír mucho con mi hijo, y sola frente al espejo; quiero decirle a todas las mujeres de mi vida, las que están, las que se fueron y las que saqué de mi vida por motivos éticos y de auto cuidado, lo mucho que las amo, honro y respeto; quiero seguir escribiendo muchas líneas, y decorar en todas las libretas posibles miles de páginas con colores y formas diversas. Quiero amar y sentirme correspondida en igual medida, sin deber ni que me deban, y quiero hacerlo desde la conciencia plena de asumir un compromiso junto a una persona igual a mí, que sume alegrías a mi vida y me acompañe amorosamente en mis altibajos emocionales, y en esas etapas de oscuridad y resguardo que nos depara la vida.

Hay qué vivir la vida; exprimir cada instante, bebernos completo cada vaso de agua… en todos los sentidos. Porque lo único que tenemos seguro es nuestra muerte, más o menos próxima, pero sin duda cierta. Y para cuando ese momento llegue, quiero haber luchado todo lo posible por construir un mundo mejor, quiero haber reído todo lo posible, bailado todos los ritmos, y ojalá, conjugado la mayoría de los verbos…

Deseo, para quienes siguen compartiendo este camino de la mano de mi corazón y de mis sueños, que la vida sea tan plena como sueñan, que el amor les explote en su cara cada mañana, y que en sus tristezas siempre tengan compañía; que esta década que comienza esté llena de amor, y de esas experiencias que tanto anhela su alma.

Esta década que termina me ha mostrado la versión más rota, jodida, triste y vulnerable de mí. Pero ha traído a mi vida la alegría constante de ser madre del hijo más hermoso que la vida me pudo dar; cinco hijos de papel que siguen viajando de mano en mano; muchas hermosas amistades; atardeceres lluviosos, caminatas sobre la arena, la vista inigualable de La Piedad y el sonido de muchas hojas secas…

Gracias 2019. Bienvenido 2020, con todo lo que tienes para dar…

Una dedicatoria constante…

Una dedicatoria constante…

No podía dejar de compartirlo.

Tengo el pendiente, desde hace ya dos semanas, de enviar unos libros a unas personas interesadas en mi tercera publicación: “A través de mi mirada”; texto basado en el testimonio de una joven que fue víctima de trata de personas en su modalidad de explotación sexual.

Aprovechando el no planeado comercial, les cuento que este libro tiene como objetivo sensibilizar sobre la forma en que nos referimos cuando hablamos de personas víctimas de la explotación sexual, cómo las trata la sociedad, pero también es una reflexión: ¿qué hacemos con sus historias? ¿Cómo las contamos y cómo nos acercamos a ellas: desde el morbo… o desde el reconocimiento de la víctima como persona? Fin del comercial.

Bien, pues en este momento de mi vida, si bien ha sido necesario hacer una debida pausa en varios proyectos, estoy tratando de retomar algunos de ellos poco a poco, empezando con las debidas dedicatorias de los libros que comentaba líneas arriba.

Y me topé con lo escrito al inicio de este libro, palabras atemporales, dedicadas a cada mujer que la Vida, generosamente, ha puesto en mi camino. Sobre todo, y principalmente, mi madre:

“Los relatos diarios de las mujeres de mi vida no solo han esclarecido muchos puntos de mi inquieta infancia: han sido un derrotero, pero también una tabla de salvación a la que me aferro cuando las más crudas realidades me golpean.

Si bien creo que me construyo con mis decisiones, yerros y aciertos, y que el futuro lo construyo en cada minuto de mi presente, estoy convencida que el pasado alimenta, llenando huecos de indecisión y penumbra en mi diario caminar.

Todas ellas me acompañan en cada paso que doy… y puedo decir, sin temor a equivocarme, que las mujeres de nuestra vida nos acompañan a todas las mujeres que somos y seremos… de todos los tiempos.”

A ti, mujer valiente que día a día construyes un mundo mejor para ti y los corazones que hacen latir el tuyo, gracias por existir.

Sin edición. Tercera Parte.

Sin edición. Tercera Parte.

Yo, tan celosa de mi privacidad, ahora necesito hacer público este momento. Y como esto se dirige a la entrada de escritos que no edito, veamos qué resulta de este ejercicio.

Mi familia de sangre es muy pequeña, y se conforma de tres integrantes, una de ellas, es Leticia, mi madre. La señora bonita, como cariñosamente le decía mi padre, es una mujer de corazón generoso, con un historial de grandes batallas en su haber. Es una mujer muy culta, hermosa en todos los sentidos, y con una sombra de tristeza en la mirada y el corazón, producto de haber perdido a su gran amor, su compañero de vida, hace casi cinco años. Mujer guerrera que, sobreponiéndose a su tristeza, ha estado presente para mí cada segundo, sin tregua… y para muchas personas más.

Y ella, el 23 de noviembre sufrió un accidente que le provocó un derrame cerebral, situación que ha comprometido su salud. Me parece que solo las personas que han atravesado directamente por una situación similar, o que han tenido un familiar cercano en esa circunstancia, saben de lo complicado que resulta lidiar con los retos que se enfrentan al encontrarse, de repente, en una situación de discapacidad.

El no saber, o no tener idea clara de datos comunes, que antes se manejaban de manera natural; el no poder expresarse de la manera acostumbrada, sin saber cómo hacerlo, sin encontrarle sentido a las palabras, o a los nombres, o a las historias… A veces me da la impresión de estar frente a un rompecabezas humano, que va tomando forma, lentamente y a su paso, con ayuda de quien generosamente se presta para recordar el nombre de un objeto, o la historia relacionada con una persona. Para luego, súbitamente, ver cómo ese rompecabezas ya ordenó muchas piezas en un instante.

Es un proceso. No puedo decir que sea un proceso lento, pues la expresión no me satisface; más bien creo que es un proceso que se llevará el tiempo necesario. No sé si de días, semanas o meses. Pero mientras ese proceso se desarrolla, hay obligaciones qué cumplir, principalmente una: la crianza de la persona que tierna e insistentemente me dice “mamá”. ¿Cómo hacer para mantener la normalidad alrededor de ese remolino de amor, y evitar así que el estrés le genere angustia y llanto? ¿Cómo hacer para cumplir con rutinas, tareas y juegos? ¿Cómo hacer para mantener una sonrisa, aunque ahorita me sienta literalmente rota por dentro?

Cuando yo era niña, ignoraba no sólo la gravedad de la enfermedad de mi hermano, sino también el sufrimiento que a mi madre y a mi padre les causaba. Las visitas médicas eran casi como días de exploración: viajes en carretera, juguetes en la cajuela, cuentos de invención propia con mi hermano en las largas horas de espera. Seguramente hubo momentos tristes, de estrés, de angustia… no los recuerdo. O quizá una parte de mí se niega a recordarlo. Pero lo que tengo muy presente, es ese esfuerzo materno y paterno porque todo se mantuviera lo más normal posible: porque abundaran las sonrisas allá donde quería brotar el llanto.

Mi madre, señora bonita, va a recuperarse, no hoy, sin duda tampoco mañana. Pero lo va a lograr. Porque en su mirada veo la determinación de quién ha decidido enfrentar la batalla, a pesar de sus tristezas. No, no está “animada”, está decidida… y sin duda eso alimenta su alma.

Y no puedo dejar de agradecer la presencia cercana de tantas personas que se han hecho presentes a través de oraciones, mensajes, llamadas; gracias a las tres mujeres, hermanas de sangre, que atravesaron carreteras para poner a nuestra disposición su tiempo y ayuda; gracias a quienes de manera respetuosa de las necesidades de esta familia, se han mantenido presente y han ofrecido ayuda.

Y gracias a la Vida por esta experiencia. No estaba preparada para ella. Seguramente quienes se hayan sentido con derecho a juzgar mis decisiones se encuentran en un nivel de conciencia superior al mío, y sepan, como si de un libro de texto se tratara, qué hacer en una situación igual a esta. Yo no, pero desde mi inexperiencia y nivel de conciencia, estoy haciendo aquello que creo que es en beneficio de mi señora bonita, de mi remolino de amor y de mi propia cordura. Gracias Vida, por la experiencia, y la oportunidad que tengo de seguir besando cada mañana la mejilla de la mujer que más amo desde mi más tierna infancia.

Señora bonita…

Señora bonita…

Hoy es tu cumpleaños.

Tu historia, escrita con la indeleble tinta de una simbiótica mezcla de amor y dolor, comenzó a escribirse hace unas cuantas décadas, llenando de luz la estancia donde tu morena y redonda carita se asomara.

Te imagino, risueña, platicadora y pícara, escudriñando todo a tu alrededor con esos ojos pispiretos que siempre he admirado; casi puedo verte posando un día cualquiera para una cámara, luciendo un vestido blanquísimo que contrasta con tu morena piel, dejando así uno de los pocos vestigios de esa tu niñez tan peculiar, tan llena de protocolos, amor y disciplina.

Los años fueron transcurriendo, y la redonda carita morena se fue afilando, así como tu percepción, tu ingenio y tu discreción. Pero también con los años, llegaron tristezas que no conocías, y dolores que nunca se han ido del todo. Tristezas y dolores que has abrazado, haciéndolos tuyos, como compañeros, como adversarios; los has visto de frente… y los has vencido.

Cuando era niña, recuerdo la emoción que me generaba tu llegada, era casi como si arribara una estrella de cine a la carpeta roja: todo era luz, color y sonido alrededor tuyo; mientras tu perfume embriagaba la estancia, tu presencia, entaconada, firme y alegre, se adueñaba de todo. No había un solo sentido que permaneciera indiferente a ese halo de luz, sonido y color que, al día de hoy, sigues generando.

Porque eso eres tú, Señora Bonita: eres la luz que ha iluminado y guiado nuestro camino no solo a quienes hemos tenido la fortuna de formar parte de tu árbol genealógico, sino también de muchas otras almas que se han identificado con la tuya; eres el sonido mismo de la alegría desde que tengo memoria, y la representación más firme y decidida de la disciplina y las buenas costumbres.

Hoy es tu cumpleaños mami. Y estás hospitalizada. Créeme, esto no se parece para nada al escenario de cómo quería festejarte hoy. Hoy es tu cumpleaños, y desde el día que recibí la noticia de tu accidente, no he dejado de agradecer a Dios y a ti, que no has dejado de luchar por tu vida. Me sigues dando lecciones de tenacidad, paciencia, generosidad y amor… y hoy, en esa cama de hospital, brillas más que nunca, Señora Bonita, con esa luz en tu mirada que dice mucho más que todas las palabras que aún no salen de tu boca.

Te amo mami, por favor, quédate a mi lado… quédate a nuestro lado.